viernes, 8 de mayo de 2015

SOLO UN JUEGO

                                                       Ana Peláez Gómez

          Hacía no mucho tiempo, en un pueblecillo no muy lejos de la gran ciudad, vivía una joven pareja, al parecer, muy extraña, reservada, pero amable. Pocas veces se les veía pasear por el pueblo, solo cuando iban a buscar el pan y al mercado. Con la poca gente con la que hablaban, ellos siempre contestaban con alguna frase relacionada con el juego o los movimientos de ajedrez; por tanto, la gente se daba cuenta de su tremenda afición por el ajedrez.
            Una tarde de tormenta, lluviosa y aburrida, Fran y Marta estaban en medio de su habitual partida, cuando un rayo cayó del cielo, reluciente y tenebroso; atravesó el techo y directamente fue a chocar contra una sola ficha del tablero, la reina blanca. Sus sillas se tambalearon, se miraron perplejos, y se preguntaron qué había pasado y qué podía haber ocurrido. Al mirar el tablero se dieron cuenta de un pequeño cambio, la reina blanca ahora era de cristal, en vez de madera como las demás; y echaron a correr escaleras arriba, asustados por lo que acabaron de ver.
            Pensaban que ocurrió como resultado de su excesiva afición por el ajedrez. Unos días más tarde empezaron a notar pequeños cambios, y dejaron de dedicarle tanto tiempo al ajedrez, temían tocar la reina de cristal.
            Fran y Marta casi no habían salido a las afueras del pueblo y, mucho menos, habían visto mundo. Hasta ahora solo habían jugado al ajedrez. Todo les parecía irreal y pensaron que se estaban volviendo locos.
            Pasado un tiempo, veían el ajedrez como un pasatiempo más, y decidieron relacionarse con el resto del pueblo.

            Cada vez que cogían la llave para abrir la puerta de su casa, reflexionaban sobre lo que pretendían hacer. Finalmente, abrían la puerta y veían aquella figura de cristal, que pusieron en una urna, la antigua reina blanca; que se cuenta que vigila a todo aquel que se obceca con cualquier cosa y no se dan cuenta de que hay más mundo que conocer, sin perder la afición por lo que le gusta.