Esther Ruiz Llamas
Habrían
pasado unos treinta años desde la última explosión, cuando la gente del valle
empezó a encontrar fenómenos extraños en la naturaleza. Unos niños habían visto
palomas color carmín junto con las demás, una mujer decía haber visto un árbol de
color rojo y unos hombres habían visto reflejos encarnados en el agua del lago.
Parecía
como si la Tierra hubiera sido pintada entera de rojo. Hasta el cielo adquirió
un tono bermellón que hacía que casi no se distinguiera el horizonte debido al
parecido de los colores.
La
gente no le dio importancia hasta que ellos mismos se volvieron de un llamativo
color ladrillo, entonces se hicieron muchas investigaciones sin obtener ningún
resultado.
La
intensidad de la escala de rojos dejó ciegas a millones de personas en todo el
mundo y las que no lo eran, eran consideradas videntes al mismo tiempo que
culpables de todo lo malo.
Como
las personas no lograron adaptarse a su ceguera y cada una actuaba por su
cuenta, la sociedad se volvió inestable y justo cuando parecía que nada podía
ir peor, se desató el caos.
Grandes
llamaradas de fuego barrieron la Tierra dejándola estéril, sin vida: la Tierra
había decidido empezar de nuevo.