Alejandro Rodríguez Aguado
Al
entrar en la exposición sientes como si entraras en otra época, como si te
dispusieras a dar un paseo por las calles de un pueblo llamado Sotero de
Montes, en Galicia, rodeado de sus gentes a través de los retratos, que a pesar
de sus posturas hieráticas y su rígida frontalidad, consiguen transmitirte
sentimientos a través de sus miradas intensas que provienen de esos ojos que
miran directamente al objetivo. Lo que se refleja es la vida cotidiana, las
costumbres de un pueblo y la cultura de la época y el lugar a través de
retratos de niños vestidos de Domingo, comuniones, difuntos, ancianos y
ancianas cuyas caras reflejan el paso de una vida dura, bodas, reuniones
familiares alegres o tristes.
A mí me llama la atención una
fotografía (A Ermida 1960) En ella se ven varios niños de comunión que están
posando al salir de la iglesia o eso creo por los ventanales que veo detrás de
ellos.Hay cuatro niñas y dos niños en edad
de recibir la primera comunión y con los trajes típicos de la época, y otras
dos niñas más pequeñas también vestidas para la ocasión con coronas de flores,
túnicas blancas y un ramo en las manos, todos los demás llevan en sus manos el
libro de comunión una costumbre que actualmente está desapareciendo, las niñas
también llevan rosarios y a los niños una cruz les cuelga del cuello, los
peinados y los tocados de las niñas también nos transportan a 1960, pero me
hace pensar que pese a que el día debería ser muy feliz, un día de alegría y
celebraciones, los niños tienen todos una expresión seria, están rígidos y
mirando de frente a la cámara, no es que me parezcan tristes pero no les
identifico conmigo y con el día de mi comunión, en las fotos actuales de niños
no todos están serios, no todos miran a la cámara, quizá sea porque la primera
comunión se vivía de forma diferente, porque mirándoles a los ojos si veo la
importancia que para cada niño tenía ese día, me falta alegría y espontaneidad,
pero veo respeto y agradecimiento y el verdadero sentido de ese día.