Sofía Carpintero González
Los edificios eran altos.
Aquella pequeña chica los miraba desde el suelo.
Se encogió de hombros, se sentía pequeña
entre aquel gentío.
Miró a su alrededor, todos tenían la cabeza
gacha.
-Dicen que están bien, pero nadie es feliz.-
Con ese pensamiento entró en una cafetería
cercana, al entrar, una ola de aire caliente chocó contra su cara.
El establecimiento era pequeño, de madera,
con cuadros en las paredes y mesas redondas.
Pidió el café más amargo que pudo, y aún así,
no podía compararse a su estado de ánimo.
Se sentó en una mesa al lado de un ventanal
que daba a las tristes y ajetreadas calles.
Podía ver a los hombres de traje y maletines
mirando al reloj, tensos; parejas riñiendo, pobres pidiendo, niños llorando de
la mano de sus madres.
-¿Le pasa algo señorita?- Preguntó
amablemente un camarero.
-Que la gente dice que está bien y nadie es
feliz.- El camarero se alejó mirándola con un a cara extraña de la que ella ni
siquiera se percató, seguía mirando la ventana.
-¿Qué tanto miras?- Una grave, pero curiosa
voz le sobresaltó.
-¿Te he asustado? Perdona, solo sentía
curiosidad.-Se giró y vio a un joven de pelo negro, piel blanca como la de un
fantasma y ojos verdes.
Él, sentado enfrente a ella la miraba
expectante.
-Miro a la gente.- Respondió ella a aquel
extraño que transmitía tranquilidad e inquietud al mismo tiempo.
-Todos están tristes y agobiados, es mejor no
mirar.- Rió aquel chico.
-Alguien tendría que
arreglarlo..-
-Tú.-
-¿Yo?-
-No es eso acaso lo que quieres?-
-Pues…sí...- Contestó algo confusa, le sonrió
decidida.
Se bebió su amargo café rápido y salió a la
calle de nuevo, dispuesta a hacer el mundo más alegre.
Ya en la calle, volvió a mirar a la mesa del
ventanal, pero el extraño de ojos bonitos y piel de papel ya no estaba…