Mario de la Fuente García
Acababa de caer sobre un cómodo manto de
hojas secas colocado en el centro de un claro del bosque, justo entre unos cuantos
árboles bastante altos, robustos y de follaje espeso y oscuro, probablemente
unos castaños salvajes. En realidad, el entorno era enigmático, misterioso,
como si escondiese algún secreto; y cuando comencé a limpiarme la camisa, que
estaba cubierta de polvo y tierra seca, una sombra de unos sesenta centímetros
de alto se irguió firme ante mí. Era un ser extravagante, misterioso, pero
impresionantemente atractivo. Su piel dulcemente escamada era tan blanca como
el copo de nieve nunca caído del cielo; sus ojos finísimos brillaban como el
sol del mediodía; sus cabellos de oro suave ondeaban al viento libres y
tremendamente vivos. Su belleza era especial, mágica y única.
- Hola.
- Hola… ¿Quién eres?- dije algo
atemorizado.
- Me
llamo Patrick, y estos son mis compañeros- respondió a la vez que aparecían
unos cuantos seres como él.
-
Pero vosotros… no sois de aquí.
-
No, venimos de Venus, pero no podemos estar más tiempo allí.
-
¿Por qué?
- El
efecto invernadero ha devastado nuestro planeta- dijo nostálgico.
-
¿Tan grave es la situación, Patrick?
-
Sí, hace doscientos años que nos tuvimos que marchar.
-
¡Vivís en la tierra!- exclamé impresionado
-
No. Habitamos en Marte.
-
Hemos venido a avisaros- dijo otro ser- ¡Queremos ayudaros!
-
¿Cómo que ayudarnos?
- Sí,
ayudaros. ¡En vuestro plante ocurrirá lo mismo que en el nuestro!- vociferaron.
-
Pero… ¿de qué habláis, Patrick?
-
Sólo unos pocos nos salvamos. Miles…- gritaron con locura- Millones… murieron
atrapados.
-
¿Qué?
-
¡Salvad la tierra, es vuestra vida!- añadieron al unísono acercándoseme
lentamente.
Comencé a correr como si la muerte estuviese
soplándome en la nuca, y en pocos segundos me adentré en la espesura del
bosque, el cual era muy oscuro y profundo. No obstante, las raíces y las ramas
ocultas me hicieron tropezar varias veces, pero inmediatamente seguí avanzando
como un rayo, sin mirar atrás ni un instante. Sólo cuando llegé al término del
bosque y mi cuerpo se encontró tremendamente exhausto, paré de correr. Después,
entré en el pueblo y aparenté normalidad, pero sabía perfectamente qué es lo
que había ocurrido, y nunca lo olvidaría. Nunca olvidaré que nos lo
advirtieron.