María García Pérez
La madre de mi padre
no es una persona muy alta, su cara es ovalada, fina y arrugada, al igual que
su ancha frente. Sus ojos son despiertos, intensos, redondos y marrones y su
nariz ancha y chata. Tiene una boca besucona grande y fina, su cuello es largo
fino como en el de una jirafa. Sus dientes son amarillentos y torcidos, sus
mejillas hinchadas y rojas como las amapolas. Tiene unos labios delgados y unas
pestañas largas y oscuras como sus asqueadas cejas. Su tez es morena de tanto
tomar el sol, sus cabellos brillantes, peinados y rizados, resaltan su color
marrón claro. Tiene unas manos delicadas y unas piernas gruesas y robustas.
Esta persona tiene un
carácter alegre y simpático como el de cualquier anciana, es atenta y atrevida,
tanto que, a veces, me pone nerviosa. Es generosa y cariñosa, lista y culta
como ninguna, y algunas veces un poco cazurra.
Está chiflada, pero
en buen sentido, me suele contar sus interesantes historias de cuando era
joven, es muy charlatana. Le gusta jugar al ajedrez, ya que es un juego de
pensar y eso a ella le encanta.
Es una de las mejores
personas que se puede conocer.