Ana San Franciso Reyes
Sobre
un escenario lúgubre, apagado y sucio descansan una serie de objetos y
personajes que, en perfecta composición, reflejan la desolación y la pobreza
que se vivía en España durante los primeros años del siglo veinte.
La
habitación pequeña y polvorienta, está escasamente decorada con una balda sobre
la que se apoyan sencillos útiles de cocina y en la pared colgados sin un orden
específico hay un par de sartenes de hierro, una ristra de ajos, una cesta ya
desgastada por el uso y una pequeña lámpara de aceite. Asimismo, cuelgan dos
piezas de tela que bien podrían ser mantas.
Sobre
la pared agrietada se apoyan una escoba, un bastón y una vasija. Junto a estas
hay una mesita de madera sobre la que se sitúan algunas patatas, un plato y un cuenco
de barro.
Hacia
la izquierda se encuentra una puerta de madera muy deteriorada que da a un
pequeño pasillo. En la parte inferior, y con el fin de que la puerta no se
cierre, hay un gran recipiente de barro junto a un barreño lleno de paja en
cuyo interior hay una pequeña olla de barro.
Mirando
la fotografía de izquierda a derecha, se ve a una mujer aparentemente anciana,
vestida con ropas viejas y humildemente peinada trenzando con gesto serio a la
niña que está sentada sobre una viga de madera. Viste con prendas simples,
rotas y sucias y sujeta entre sus manos un objeto alargado, mirando al
fotógrafo con expresión incierta.
Hacia
la derecha, otro niño, esta vez sentado en el suelo, está comiendo con una
cuchara de madera de una cazuela de barro. Su ropa parece sucia y estropeada;
tienen los zapatos rotos y los tirantes muy desgastados. Mira hacia el frente
pensativo y serio y al estar de perfil muestra unas patillas peculiarmente
recortadas. Junto a él hay un cesto de ropa y una piedra plana probablemente
utilizada para lavar.
Detrás
del niño, sentado sobre la mesita, un hombre de avanzada edad ocupando el
centro de la imagen, está pelando patatas. Lleva puesta ropa sucia y desgastada
y porta una barba muy poblada y canosa, la cual le da un aspecto tosco. Sus
manos oscuras, casi negras, por el trabajo y la exposición al sol de la tarde y una vida dura dedicada al trabajo, mira con seria, resignada y silenciosa
tristeza a los pequeños que juguetean a su izquierda.
La
niña que está dentro de una cuna viste con un camisón blanco y dirige una
mirada triste y perdida la cámara.
El
niño, aparentemente más pequeño, intenta impulsarse para subirse a la cuna de
barras metálicas, apoyando una de sus piernas en una silla de mimbre. Lleva una
camisa y unos calcetines de rayas, pero no pantalones, de manera que al estar
de espaldas al fotógrafo, muestra el trasero.
Esta
imagen provoca una gran tristeza mostrando la paupérrima vida de una familia
Zamorana por la escasez de recursos durante la época en la que fue realizada la
fotografía.