Judit Monteiro Torrado
La yegua mansa vivía
en el establo, y el caballo libre en el campo. Mas su destino era amarse… El
caballo libre relinchaba: ‘Amor, galopemos al campo’. La yegua reclusa
contestaba bajito: ‘Ven tú aquí, respiremos los dos en el establo’. Decía el
caballo libre: ‘Entre cuatro paredes no se puede trotar con la frescura del
viento’ ‘¡Ay!’ decía la yegua: ‘¿Sabré yo pisar cieno?’
El caballo suelto recitaba: ‘Amor
mío, saborea el poema de la vida apasionante’. La yegua decía: ‘Estate a mi
lado, te enseñaré el poema de Miguel de Cervantes’. El caballo liberto
contestaba: ‘No, no, no; nadie puede enseñar los poemas’. La yegua decía: ‘¡Ay!
Yo no sé los poemas de la vida apasionante’.
Su amor es un deseo infinito, mas no
pueden galopar crin con crin. Se miran y se miran a través de la incisión en la
puerta, pero es en vano su deseo. Y grita la yegua: ‘Acércate más, acércate aún
más’. El caballo libre grita: ‘No puedo. ¡Sentirte tan cerca me destroza por
dentro!’. La yegua presa canta bajito: ‘¡Ay! No puedo. Mi alma se para por
momentos’.
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