Esther Ruiz Llamas
Sé que estoy
en mis ultimas horas, lo noto en el aire. En los últimos días mi cuerpo ha
adquirido una tonalidad rojiza que confirma mi cercano fin. Si no fuera por una
voz que me susurra palabras sin sentido pensaría que ya estoy muerta.
Y, aunque
parezca mentira no estoy nerviosa, ni triste, pues simplemente ya lo sabía; lo
he sabido desde el primer momento, y desde entonces lo he aceptado pues las
cosas son como son y por algo será. Además ya he vivido suficiente, de hecho si
viviera más sería una vida aburrida: ni las aves, ni las flores, ni siquiera el
agua serían sorpresa para mí pues todo esto ya lo he visto y sería absurdo
volver a hacerlo.
Hay hojas que
creen en el hielo, yo no, para ellas el hielo es agua que por la temperatura se
vuelve cruel y despiadada; pero yo no creo que el agua, tan buena como es, pueda
convertirse en un ser tan horrible. Otras creen en la nieve y dicen que es
preciosa, también aseguran que es mejor que el agua; yo las contradigo pues no
creo que haya nada en el mundo mejor que el agua.
Una ráfaga de
palabras bonitas tira de mí fuertemente, miro a mi alrededor: soy la última. Ha
llegado mi hora, pensaré en el agua, ya que ella me dio, sin duda, lo más
importante.