martes, 8 de enero de 2013

LOS JUEGOS REALES



Verónica de Prado Mendoza


            Un rey tenía tres hijos, y como a todos los quería por igual no sabía a cuál de ellos dejar el trono al morir. Pasaron los días y al rey se le ocurrió celebrar unos juegos en el Castillo Le Domaine National de Chambord, con la intención de decidir quién sería el soberano para el reino. Tras largas semanas de preparativos, el acontecimiento comenzaría al día siguiente. Todo estaba a punto; las puertas adornadas, lucían largas cintas de seda, de las ventanas colgaban los banderines reales, el agua del foso estaba cristalina, y los caballos blancos como perlas esperaban obedientes y mansos, a la espera de ser montados. Una alfombra roja interminable cubría la entrada del castillo, el pueblo estaba impaciente, la hora había llegado.
          Por la alfombra, cabalgan los príncipes con aire suntuoso y distinguido, uno detrás otro, con paso solemne y agradecido. Detrás de ellos, apareció una majestuosa carroza, con detalles en oro y plata. Dentro el rey y la reina saludaban sonrientes. Cuando fueron llegando todos los invitados reales, la ceremonia de inauguración comenzó. En primer lugar el rey subió al estrado y pronunció unas palabras de agradecimiento al pueblo. Después de la presentación y el programa de los juegos reales, los nobles que habían sido invitados se retiraron a sus aposentos, mientras que la plebe fue guiada hasta unas carpas blancas en  las que podían comer, beber, bailar.... Y dormir en unas cabañas construidas para la ocasión, al lado del recinto.
         Al día siguiente, el cielo se presentaba soleado y la mañana armoniosa. Todos muy animados cantaban en la entrada del castillo. Las pruebas comenzaban por la mañana, tiro a la manzana y por la tarde lucha de picas. El que consiguiese la máxima puntuación ganaba. Pasaban las horas, terminó el día, había ganado el hermano mayor. Dominaba perfectamente la pica, y tenía una estupenda precisión con el arco. Se merecía ganar. Por la noche, el pueblo volvía a las carpas y celebraba la victoria bailando. Mientras que los cortesanos disfrutaban de un selecto banquete en el castillo francés acompañado de una música muy exquisita.
         Y llegó otro nuevo día, el cielo está muy azul, pero con algunos cúmulos. La multitud parecía seguir estando muy animada, pues cada vez que pasaba un día más cerca estaban de proclamar al próximo rey. Este día consistiría en la esgrima y las carreras de caballos. De momento el mayor iba ganando pero todo se podía decidir en el último momento. La esgrima comenzó un poco tarde debido a que no encontraban los floretes, pero fue muy emocionante. Las carreras de caballos fueron muy intensas; el hermano mayor iba en un caballo negro, el mediano en uno blanco y el pequeño en uno con manchas marrones. Cuando finalizaron las pruebas de este agitado día, había ganado el menor, quedando empate con su hermano. Más tarde, sobre la hora de cenar, el populacho estaba muy alegre incluso, les dieron paso al patio de armas, abriendo el rastrillo. Después bajó la monarquía y se mezcló entre la gente algo poco común en ellos, pero les tenían algo importante que decir: mañana sería el último día y se anunciará al heredero.
            Por fin, había llegado el último día, el público esperaba ansiosamente las dos últimas pruebas, que consistían en algo totalmente diferente; cortejar a una dama desconocida.
De los confines del mundo trajeron a tres damas diferentes. Y solo el mediano la supo enamorar. Habían quedado empate, así que entre los tres acordaron gobernar el reino por igual. Por el merecido descanso, estos juegos reales se clausuraron con un baile en el castillo por todo lo alto y a la antigua usanza.

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