Verónica de Prado Mendoza
Un
rey tenía tres hijos, y como a todos los quería por igual no sabía a cuál de
ellos dejar el trono al morir. Pasaron los días y al rey se le ocurrió celebrar
unos juegos en el Castillo Le Domaine National de Chambord, con la intención de
decidir quién sería el soberano para el reino. Tras largas semanas de preparativos,
el acontecimiento comenzaría al día siguiente. Todo estaba a punto; las puertas
adornadas, lucían largas cintas de seda, de las ventanas colgaban los
banderines reales, el agua del foso estaba cristalina, y los caballos blancos
como perlas esperaban obedientes y mansos, a la espera de ser montados. Una
alfombra roja interminable cubría la entrada del castillo, el pueblo estaba
impaciente, la hora había llegado.
Por la alfombra, cabalgan los príncipes
con aire suntuoso y distinguido, uno detrás otro, con paso solemne y
agradecido. Detrás de ellos, apareció una majestuosa carroza, con detalles en
oro y plata. Dentro el rey y la reina saludaban sonrientes. Cuando fueron
llegando todos los invitados reales, la ceremonia de inauguración comenzó. En
primer lugar el rey subió al estrado y pronunció unas palabras de
agradecimiento al pueblo. Después de la presentación y el programa de los
juegos reales, los nobles que habían sido invitados se retiraron a sus
aposentos, mientras que la plebe fue guiada hasta unas carpas blancas en las que podían comer, beber, bailar.... Y
dormir en unas cabañas construidas para la ocasión, al lado del recinto.
Al día siguiente, el cielo se
presentaba soleado y la mañana armoniosa. Todos muy animados cantaban en la
entrada del castillo. Las pruebas comenzaban por la mañana, tiro a la manzana y
por la tarde lucha de picas. El que consiguiese la máxima puntuación ganaba.
Pasaban las horas, terminó el día, había ganado el hermano mayor. Dominaba
perfectamente la pica, y tenía una estupenda precisión con el arco. Se merecía
ganar. Por la noche, el pueblo volvía a las carpas y celebraba la victoria bailando.
Mientras que los cortesanos disfrutaban de un selecto banquete en el castillo
francés acompañado de una música muy exquisita.
Y llegó otro nuevo día, el cielo está
muy azul, pero con algunos cúmulos. La multitud parecía seguir estando muy
animada, pues cada vez que pasaba un día más cerca estaban de proclamar al
próximo rey. Este día consistiría en la esgrima y las carreras de caballos. De
momento el mayor iba ganando pero todo se podía decidir en el último momento.
La esgrima comenzó un poco tarde debido a que no encontraban los floretes, pero
fue muy emocionante. Las carreras de caballos fueron muy intensas; el hermano
mayor iba en un caballo negro, el mediano en uno blanco y el pequeño en uno con
manchas marrones. Cuando finalizaron las pruebas de este agitado día, había
ganado el menor, quedando empate con su hermano. Más tarde, sobre la hora de
cenar, el populacho estaba muy alegre incluso, les dieron paso al patio de
armas, abriendo el rastrillo. Después bajó la monarquía y se mezcló entre la
gente algo poco común en ellos, pero les tenían algo importante que decir:
mañana sería el último día y se anunciará al heredero.
Por fin, había llegado el último
día, el público esperaba ansiosamente las dos últimas pruebas, que consistían
en algo totalmente diferente; cortejar a una dama desconocida.
De los confines del mundo trajeron a tres damas diferentes. Y solo el
mediano la supo enamorar. Habían quedado empate, así que entre los tres
acordaron gobernar el reino por igual. Por el merecido descanso, estos juegos
reales se clausuraron con un baile en el castillo por todo lo alto y a la
antigua usanza.
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