Alberto Gómez San Segundo
En esta fotografía en blanco y negro
podemos observar lo que podría ser una familia constituida por siete miembros,
que están situados a la puerta de una casucha miserable, que da una impresión
paupérrima.
Hay cuatro niños y dos personas
ancianas. Una de ellas, una mujer mayor, con pelo canoso y recogido en un moño,
se encuentra situada a la izquierda de la foto. Delante de ella, apoyada sobre
sus piernas y sentada en un pequeño banco de madera, observamos a una de las
niñas, con ropas mugrientas y pelo desaliñado, que mira a cámara mientras la
anciana intenta atusarle el pelo.
En el centro de la foto, sentado en
el suelo, se halla un niño con un platito de patatas entre las piernas, y una
cuchara de madera en la mano.
Los otros dos niños están en una
especie de cuna, uno de ellos semidesnudo, dándonos la espalda e intentando aparentemente subir a
la cuna donde se encuentra recostada otra niña, que mira a cámara con una
mirada rota. A su lado, observándoles, se encuentra el anciano apoyado sobre
una vieja mesa de cocina y que les vigila mientas pela patatas con su navaja y
sus manos de carbón.
La apariencia de la casa es muy pobre.
Está desordenada, sucia y desvencijada. La puerta es mugrienta y astillada, hay
unos pocos utensilios y prendas colgadas en la pared: una cesta, dos sartenes
diferentes, un candil, y una pequeña balda inestable, con vasijas de porcelana
viejas. También hay dos ropajes, probablemente sean edredones para la cunita u
otro tipo de lecho. No hay decoración alguna, y el suelo, carente de baldosas,
está parcialmente mojado.
La pobreza está presente en esta
fotografía, conviviendo en la rutina de la familia. Es lo más impactante sin
duda, porque, al observarlo, provoca una pena profunda.