María García San Miguel
Todo comienza cuando el joven imaginero Telmo
Yáñez parte hacia Kerloc´k (Bretaña) para trabajar en la catedral que se está
erigiendo allí.
A pesar de su juventud Telmo pronto se
enfrenta a extraños e inquietantes sucesos, como la desaparición del maestro
francmasón Thibaud y sus once compañeros durante la construcción del edificio.
Pero ese no es el mayor de sus problemas.
Descubren que Thibaud está muerto y que la Orden del Águila planea consagrar la
catedral a Lucifer.
Para salvar a la humanidad del apocalipsis
Telmo se enfrenta al mismísimo demonio, y para vencerlo destruye el edificio.
El comienzo del libro me pareció algo lento,
pero en realidad es cuando se explica todo lo que está ocurriendo.
La historia comienza a tener un ritmo más
ameno cuando Telmo sale de su hogar, Estella. A partir de ahí se empieza a
llevar bien con sus compañeros templarios, Erik, Loki y Gunnar.
Pero el final del libro es sin duda lo
verdaderamente deivertido, o más que divertido… interesante.
Pienso que en este libro hay que fijarse muy
bien en la evolución de los personajes empezando por Telmo, el protagonista.
Telmo salió de su casa como un niño cuyo único talento es la imaginería, pero a
lo largo de la historia demuestra que es el más valiente.
Recuerdo que antes de partir su padre le dijo
que podía volver a casa cuando quisiera y a pesar de las adversidades nunca lo
hizo.
Y por supuesto está el antagonista, Corberán
de Carcassonne, que aunque no se relate la historia de este personaje, se
menciona. Corberán era un hombre temeroso de Dios, su Dios. Dispuesto a luchar
por él. Pero cuando cree que este le ha abandonado pierde su fe. ¿Qué clase de
dios es aquel que abandona a sus hijos? Por eso decidió consagrarse al demonio.
Obviando el hecho de que los libros de
misterio no son lo mío (aunque este incluye sutilmente fantasía) el libro me ha
encantado.
La intriga te hace seguir leyendo y leyendo
desde el epílogo en el que se relata la muerte de un “desconocido” hasta el
final, en el que te das cuenta de que ese “desconocido” del principio es en
realidad Thibaud.